Sociología del Performance. Anotaciones sobre la Primera Bienal Internacional de Performance en Chile DEFORMES 2006

Por Tomás Peters

Santiago ha sido testigo de un fenómeno pocas veces visto. Tal fenómeno dice relación con la Primera Bienal Internacional de Performance en Chile. Durante dos semanas tuvimos la oportunidad de vivenciar una serie de manifestaciones artísticas de no fácil solución: fuimos testigos de la complejidad que el arte ha logrado en menos de medio siglo. Sin duda la performance es una de las prácticas artísticas más complejas y poco frecuentes del circuito cultural nacional e internacional. Su presencia en Santiago ha significado, para los caminantes urbanos, una oferta de suma interés para todos los ámbitos de estudio. No sólo los artistas se benefician de tales manifestaciones: disciplinas como la sociología por ejemplo, se enfrentan a complejos dilemas de reflexión e interpretación.

El presente escrito es una serie de breves anotaciones realizadas con motivo de la Bienal antes anotada y espera ser un aporte a las interrogantes surgidas en estas últimas semanas (o décadas). Las palabras aquí desarrolladas servirán, espero, para profundizar un futuro debate en curso.

Para la sociología del arte las manifestaciones artísticas son parte importante de la sociedad contemporánea. Existen instituciones dedicadas a la formación y difusión de las artes, como también creadores (productores) y receptores (el público). En el caso de la performance esta tipificación no debería alejarse demasiado. Sin embargo, debemos reconocer que ella pertenece, como bien lo anota el Colectivo Deformes, a la lateralidad de las artes “oficiales”. Aquello no debe comprenderse como actitud negativa frente al entorno “institucional”. Siguiendo con la propuesta de Deformes, parece interesante su programa de trabajo desde la inclusión y no desde la exclusión. La exclusión significaría el abandono de cualquier línea programática. En cambio la inclusión implica el entrar y salir, el estar y el no: el mantener una propuesta independiente. A diferencia de la integración, que llama a la homogenización de las formas, la inclusión permite continuar con la pertenencia a la lateralidad, pero poseyendo un nivel de participación.

Frente a este modelo de propuesta programática, resulta importante interrogarnos sobre la emergencia de la performance y su comprensión como manifestación en la sociedad moderna. Situándome como observador de observadores, me atrevo a señalar que la performance se debe comprender bajo la premisa de la sociedad moderna: la sociedad es la suma de todas las comunicaciones posibles.

La comunicación es eminentemente social (un cerdo generalmente no comunica). Desde esta perspectiva, una acción performática se interpreta sociológicamente como una selección de comunicaciones en un fluido constante. El o la artista performática va seleccionando (programadamente o no) espacios comunicativos que le sirven para generar un mundo paralelo (a veces sagrado). Tal trazado de distinciones comunicativas nos exige seleccionar información que en sí cuestiona la probabilidad de comprensión. En otras palabras, es improbable que ego (uno) entienda lo que pretende alter (el preformista) dada la individualización de las conciencias. Cada uno concurre al “acto” con su propio campo de percepción y memoria. Esto no debe interpretarse como un acto artístico incomprensible. La performance es una forma de arte, y como tal nos cuestiona constantemente por el sentido de la obra. La improbabilidad de la comunicación es observable en todos los sentidos: los secretos o hechos se van modificando de transmisor en transmisor. Es improbable que un secreto inicial llegue a ser, luego de pasar por una larga fila de individuos, exactamente igual o parecido al primitivo.

Con lo anterior, es improbable que la comunicación generada al interior de la performance llegue a más personas de las presentes en una situación concreta. Si bien contamos con registros audiovisuales, la “experiencia” vivida es única e irrepetible. Nuestra permanencia temporal en la manifestación comunicativa preformativa permite formar el campo necesario para su gestación y posterior finalización. Pero aquella gestación no dependerá de nosotros. El sentido abre el universo de posibilidades de selección del artista sobre la temporalidad: el sentido nunca permanece inalterable, cambia constantemente, es contingente, es una actualización continua y autónoma de posibilidades. El preformista irá trazando decisiones comunicativas desde el comienzo de su presentación, durante la misma y al finalizarla.

Teóricamente uno podría plantear, desde la sociología de N. Luhmann, que la primera cesura de una performance, el primer paso dado, la primera distinción, debe ser vista, tanto desde el lado del mundo todavía no herido como la obra de arte que se gesta, como casualidad. En este sentido el artista-performista es un productor de casualidades, pero siempre precisas. Sólo después de la aleatoriedad del principio, la performance retoma el control sobre su procreación y constriñe al artista a una observación que debe trabajar con grados progresivos de reajustes de libertad. Después, lo que existe es sólo la posibilidad del aceptar o del desechar; del afirmar o alegar; del seguir presente o simplemente alejarse.

De esta forma, la performance se va configurando a partir de sus propias distinciones internas. Va conformando un arte como mundo (repito, muchas veces sagrado y paralelo), un espacio interior que se va fijando leyes internas desde el primer momento y que obligan seguirlas hasta el final (reducción progresiva de complejidad). Esto tiene no sólo implicancias para la obra. Como es observable, también el artista se asombra por el orden generado entre sus manos a través de la relación cambiante entre un paso y el otro, entre la provocación y la posible respuesta, entre el problema y la solución del problema, entre la irritación y la salida. La performances es siempre sorpresa.

Sumado a lo anterior, en la performance se construye una semántica interna que asegura que es capaz de producir redundancias o estructuras que sostengan su complejidad. De hecho, si la obra no poseyera estructura alguna, no sería posible ni siquiera señalar que la casualidad forma parte de la obra. Al integrar la casualidad a la “acción de arte”, la obra está explicitando el problema de la autorreferencia del arte, y jugando seductoramente con él como límite interior de sus procesos de construcción de mundos artísticos.

En resumidas cuentas, para comprender la performance, el espectador/observador/público debe, luego de reconocer las características del mundo que propone la obra, buscar distinguir el esquematismo o el juego de distinciones desde el cual esta particular obra está reconstruyendo/describiendo/observando el mundo. El espectador debe así observar el o los puntos de vista que estructuran la obra y dan sentido a las formas que en ella se proponen. De ahí que la función del arte se encuentra más bien en la comprobación de que en el ámbito de lo estrictamente posible hay necesariamente un orden. Pero ese orden se debe también a la sorpresa, que siempre es posibilidad en la performance.

Finalizando estas breves anotaciones, resulta interesante comprobar cómo el arte en Chile ha ido desarrollando un nivel indudable de complejidad. Las manifestaciones artísticas como estas no son nuevas en el mundo. Sin embargo, el desconocimiento y muchas veces el prejuicio gestado hacia estas prácticas, ha sepultado su amplificación comunicativa en nuestro país. Verdaderamente este tipo de prácticas contribuye a formar “tema” en el mundo artístico, es decir, poner en el tapete la existencia de distintos trayectos artísticos. Tanto organizacional como difusivamente la Bienal tuvo éxito en su planificación y eso es destacable. ¿Cuándo seremos testigos nuevamente de decenas de artistas-performáticos de todo el globo? Espero que pronto. Es de esperar que esta primera bienal de performance se disgregue por las regiones del país y llegue a nuevos observadores, permitiendo que esta disciplina evolucione a nuevas experimentaciones y desafíos creativos. Al final y al cabo, es eso lo que le pedimos al arte contemporáneo, ¿no?

Pero este es un problema evolutivo que solo la evolución puede resolver.